martes, 16 de febrero de 2010

16 de febrero del 2010



16 febrero 2010

Es casi ya hora de salir de nuevo al trabajo, es casi hora de ir a buscarte o más bien a esperar que te cruces este día por alguna de las calles que camino de ida y de regreso, es casi la hora en que me invaden los nervios al pensar que quizás este día llegues, aunque no llegues, aunque el regreso a casa en soledad sea inminente, aun así no puedo evitar el pensarte, el extrañarte de camino al trabajo mientras una canción me hace sonreír, o más bien sonrío con la canción para evitar decir que sonrío en realidad porque te pensé, en fin es hora de salir y antes quería dejarte el cuentito que ayer te conté mientras te sentía tan cerca, mientras te imaginaba y hablaba en voz alta contándote mis locuras como pretexto para poder decirte en voz alta que te amo.


En la escuela me enseñaron que la luz del sol se reflejaba en la luna haciéndola brillar por las noches, esto hasta hace unos años era lo que yo creía, pero una mañana mientras planchaba mi ropa y te contaba mis locuras entendí que quizás esto no sea del todo cierto


Te invente un cuento para hacerte sonreír y sonreíste y creo más en la verdad que es tu sonrisa que en lo que un libro me pueda decir.


Entonces te conté de un hombre que no teniendo cabida en este planeta había decidido mudarse y entonces armo un avión de papel, un avión enorme que estaba hecho de las cartas que le escribía a una mujer de quien estaba enamorado y que jamás había conocido.


¿Increíble no? Escribirle a alguien de quien no tenía ni siquiera la certeza de que existiera, desconocía el color de su cabello, desconocía el aroma de su cuello, desconocía hasta el largo de sus uñas y el tono de sus ojos, sin embargo le amaba y le escribía largas cartas en que le decía simplemente, que la esperaba.


Había pasado ya casi siete años escribiendo cartas a su amada, así que tenía una buena cantidad de cartas, suficientes para hacer su avión y escapar de este planeta, pero muy pocas quizás, para que ella le hubiera respondido, o apareciera una mañana cualquiera frente a su puerta diciéndole que dejara de esperar, porque ella había llegado.


Así que aquel pequeño hombre dándose cuenta de que no tenía lugar en este planeta había decidido mudarse a un pequeño astro que había visto una madrugada coqueteándole a la Luna.


Así armo su gran avión con alas gruesas y fuertes para que el viento no le deshojara y pudiera llegar hasta aquel pequeño astro, y una noche cuando apenas la Luna había comenzado a sonreír, corrió por la orilla de una montaña que estaba cerca de donde él vivía y tomando impulso corrió empujando su gran avioncito de papel hasta que de un brinco subió a él cerca de la orilla.


El viento le había mirado tan feliz y emocionado por escapar que decidió ayudarle y de un soplido levanto al pequeño hombre y su avioncito de papel de gruesas alas. Se elevo muy alto, tan alto y tan rápido que fue capaz de cruzar las pocas nubes que había en el cielo sin que estas le restaran velocidad, se elevo tan alto que un avión de verdad alcanzo a detectarlo en su radar y los pasajeros sorprendidos le miraban por las ventanillas de aquel metálico avión, se elevo tan alto que alcanzo a ver todos los mares que había bajo él, y a las gaviotas sonriéndole y aleteando sus alas para despedirle, se elevo tanto que pudo escapar de este planeta y rodear la Luna y después de cinco vueltas llegar a su pequeño astro.


En aquel pequeño astro había muy pocas cosas, tan pocas que podía pasar todo el día escribiéndole más cartas a su amada, y escribía y escribía, tanto que con las cartas construyo un faro, al que subía cada hora a encender una letra, una letra de aquellas cartas y que con su flamita alcanzaban a iluminar la Luna, así él creía que su amada podía saber cuánto la amaba cada vez que viera la Luna brillando.


Cada hora subía y encendía una letra mas, una letra que escribía con todo su amor para ella, a quien jamás había visto, y para quien escribía cada letra, cada letra que encendía cada hora para que alguna noche su amada mirara la Luna y supiera donde encontrarlo y sonriera como tu sonreíste mientras planchaba la ropa y te contaba este cuentito del farero que mantiene a la Luna brillando con el amor que escribe para su amada.

P.D.: te amo aunque no llegues este día, aunque regrese a casa sin saber de ti.

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